«El atroz personaje no habló una palabra y fue a acurrucarse en un rincón, donde permaneció inmóvil como una estatua, con su único ojo fijo en un crucifijo que tenía en la mano. Cuando hube acabado de cenar, le pregunté al ermitaño quién era ese hombre. El ermitaño me respondió:
-Hijo mío, ese hombre es un poseso al que exorcizo, y su terrible historia bien nos prueba el fatal poder que el ángel de las tinieblas usurpa en esta desventurada comarca; su relato puede ser útil a vuestra salvación, y voy a ordenarle que os lo haga». Manuscrito encontrado en Zaragoza (1804), Jan Potocki.