En 1202 comenzó la Cuarta Cruzada con el objetivo de conquistar Tierra Santa (Jerusalén), como siempre. Pero, como no tenían suficiente dinero para pagar a la flota veneciana el viaje por el Mediterráneo, los cruzados tuvieron que atacar por encargo otra ciudad que no tenía nada que ver; esto les valió la excomunión del Papa.
Luego les salió otro asunto parecido en Constantinopla, que les ofreció otro tipo, y allí se fueron, no sin cometer algunos robos por el camino. Sitiaron la capital del Imperio Bizantino y abrieron una brecha en la muralla. La cosa pintaba mal para el emperador, que desapareció en compañía de su «hija preferida» y de una bolsa de piedras preciosas.
Entonces, sacaron a su padre de presidio y volvieron a coronarle. Y para no perder algo más que la cabeza, requisó objetos religiosos de plata y pagó con ellos a los venecianos el traslado de los cruzados en barco, pero no le llegaba y se sacó de la manga un montón de impuestos para la plebe.
Hubo bastante violencia, volvieron a cambiar de rey y al que habían puesto lo estrangularon en una mazmorra. Entre una cosa y otra, a los cruzados se les acabó la paciencia y en 1204 atacaron otra vez la ciudad. Y, aunque al principio fueron rechazados, en la segunda acometida abrieron brecha y los bizantinos se rindieron.
Los saqueos duraron una semana y afectaron también a las iglesias cristianas. Cometieron un montón de tropelías y atrocidades, se les fue un montón la cabeza. Y, al final, hubo que movilizar de improviso una especie de policía militar que tenían para poner orden. Total, que se repartieron el botín, pusieron a alguien en el trono y se largaron.
Y, de lo de conquistar Tierra Santa, ¿qué? Pues, con la tontería se les pasó. Pero todos esos sucesos contribuyeron de forma definitiva a la caída el Imperio Bizantino y la Historia cambió para siempre.
Todo esto te cuento por si alguna vez tienes la sensación de que hoy en día pasan cosas muy raras y muy chungas que antes no pasaban.