Nunca en toda mi vida había asistido a tan tremendo aluvión de prohibiciones extrañas y absurdas. Recuerdo que de niño no faltaban bares en mi barrio con un cartel que decía: ‘Prohibido cantar y entrar sin camisa’, y eso pudo ser un claro anticipo de lo que muchos años después se nos vendría encima, pero no lo supe ver.
Ya de mayor, me maravillaba contando los distintos diseños de letreros para prohibir la entrada, generalmente a boutiques, de clientes que circunstancialmente en ese momento estuviesen comiendo un helado. Podía ser de una, dos o tres bolas, o incluso de esos que se inyectan, pero siempre con cucurucho. Al menos según la silueta que se enmarcaba en el disco de prohibición.
Más tarde pudimos ver a un fantasma encerrado en un cartel de prohibido, cuando estrenaron aquel taquillazo de Hollywood de los ’80. Y, ya en época internet, me divertí más de una vez leyendo las bizarras prohibiciones que recogían leyes de todo el mundo, como que en una ciudad de EE.UU. está prohibido caminar hacia atrás después de la puesta de sol, o que en Francia está prohibido ponerle a un cerdo el nombre de ‘Napoleón’… Y también besarse en las estaciones de tren, ¡aunque sea el país de l’amour!
Pero, nada de todo eso me ha preparado para el rosario de prohibiciones, restricciones, estreñimientos y amenazas varias al que estamos asistiendo actualmente a cuenta de la pandemia. Lo que las hace más lamentables son las contradicciones en que incurren -porque las alejan de la sensatez en la que se supone que se basan-, pero también la velocidad estroboscópica a la que cambian -llegando a veces a solaparse- y su carácter frecuentemente efímero, porque a veces solo tienen 15 días de recorrido. Así, es difícil mantenerse al día de lo que está prohibido en cada momento, y eso deberíamos considerarlo un derecho conculcado.
¿Qué efecto está teniendo todo esto en nuestra psique y por lo tanto en nuestro comportamiento? Para empezar yo diría que estamos encadenando neurosis que vete a saber en qué desembocarán. Y, la parte más visible, una creciente anomia -no ‘anemia’, aunque se parezca- que tiene como consecuencia que cada quien adapta las prohibiciones a su realidad y las relativiza.
Porque, en los huecos que se van abriendo entre unas y otras prohibiciones reside ahora la libertad del individuo, que ha sido malévolamente atacada por las autoridades al tachar de ‘insolidarios’ todos los comportamientos que no sean incondicionalmente obedientes, o ‘responsables’ como les gusta decir; siendo estos términos usados de una forma tan cansina e insiduosa que ya están dados de sí y desvirtuados.
Bizarras o no, las prohibiciones serán a partir de ahora cada vez más difícilmente aplicables, explicables, justificables y, por supuesto, acatables. Sortearlas se convertirá en pasatiempo, luego en deporte y, para gente como yo, en una obligación moral.
(Escrito el 21/03/2021, en plena pandemia del coronavirus COVID-19).