Siento el pulso de la fuerza que ahoga a las tormentas, de los rayos que retumban de uno a otro horizonte, de las nubes estridentes de colores desapacibles que rompen látigos eléctricos que restallan sobre las cabezas. Viaja el silencio ocasional subrayando tanta violencia, y busca indicios de calma que aún tardarán en aparecer.
Los vientos se abren paso veloces por pasillos estrechos destrozando espontáneamente nuestros castillos de naipes, reduciéndolos a seca hojarasca; todo está acolchado como en un manicomio a medida. Nadie tiene salvoconducto, y, ¿¡quién espera un respiro!?