Durante millones de años, los seres humanos fuimos cazadores-recolectores, sólo nos asentamos para desarrollar la agricultura, no queríamos depender de lo que nos encontráramos por el camino sino garantizarnos un flujo constante de alimentos, que aprendimos a cocinar y a conservar.
Creamos la ganadería, la pesca, la minería y un rosario de oficios, desde la alfarería al curtido de pieles. Creamos el trueque y más tarde el comercio, para intercambiar excedentes por necesidades, ya fuesen bienes o servicios.
Con la tontería, la cosa fue creciendo, de la organización familiar pasamos a la tribal y, de ahí, a los reinos y los imperios. Más tarde, inventamos la república y la democracia, y colonizamos e industrializamos el mundo.
Convertimos los pueblos en ciudades, desarrollamos la arquitectura y la ingeniería, y construimos murallas, templos, hogares; y, después, plazas, hospitales y universidades. Y, también, puentes, canalizaciones de agua, redes eléctricas, de telefonía y de datos.
El politeísmo dio paso al monoteísmo y éste al ateísmo, el analfabetismo a la Ilustración, la superstición a la ciencia, el curanderismo a la medicina. Inventamos los medios de transporte, del carromato al reactor. Inventamos la imprenta, que dio paso al fax, y éste a la impresora, y ésta al email y éste a las aplicaciones de mensajería y las redes sociales.
Las máquinas dieron lugar a las computadoras, las fronteras se flexibilizaron posibilitando la globalización y el turismo, que al final acabarán con el Mundo. Eso si no lo hace antes nuestra particular colección de guerras, con millones de muertos, y de las que aparentemente no aprendimos nada. Pero por el camino fuimos amasando conocimiento…
Ahora están cambiando los hábitos, nos abrimos a nuevas experiencias y ampliamos nuestra conciencia, miramos a nuestro alrededor, al espacio profundo y al núcleo del átomo. Nos seguimos preguntando las mismas cosas de siempre, aunque de un modo más preciso.
Pero, hay un factor arcaico que permanece incólume: “lo que es mío es mío, y no lo quiero compartir”. Un bebé de meses ya actúa así. El egoísmo ancestral no permite el paso al bien común. Aún nos falta un ‘click’, o dos. Preparémonos para un nuevo salto evolutivo, y para asistir a un cambio de civilización.