Para no ser una persona paciente he tenido que aprender a esperar demasiadas veces y durante más tiempo del que hubiera deseado. La falta de paciencia es uno de los rasgos definitorios de nuestra era, y en mi caso, además de mi personalidad.
El budismo considera la paciencia (kshanti) una de las prácticas para llegar a la perfección, y en el cristianismo es una virtud. El Libro de los Proverbios dice que, con paciencia, “una lengua suave puede romper un hueso”. Etimológicamente, la palabra viene del latín ‘pati’ (sufrir), por eso, a quien está en hospitalización se le llama ‘paciente’, ‘quien sufre’. La falta de paciencia es la impaciencia, pero su antítesis es la ira.
La ira supone una descarga de energía destructiva, es una manera de conjurar una frustración. Es necesaria como vía de escape, pero si no se controla provoca conflictos de impredecible peligro para las personas. Pone a prueba la convivencia y se aleja de la razón. Pero hasta cierto punto puede ser necesaria también, aquí y ahora.