«Se decían los pensadores sumerios que la vida está llena de incertidumbre y que el hombre no puede gozar jamás de una seguridad completa, ya que es incapaz de prever el destino que le ha sido asignado por los dioses, cuyos designios son imprevisibles», Samuel Noah Kramer (1897-1990), autoridad en asiriología.
La civilización sumeria, que floreció hace unos 5.500 años, está considerada como uno de los embriones de nuestra sociedad junto con la china. Antes, solo había pequeños grupos de cazadores-recolectores nómadas o relativamente establecidos, que sepamos.
Y ya en aquel momento quienes estimulaban su mente para mejorar el pensamiento tenían clarísimo que nuestro destino es y será siempre volátil, y que cualquier intento de establecer un control férreo y definitivo que estabilice nuestro presente y garantice nuestro futuro es simple y llanamente una estupidez. Pues nunca lo conseguiremos.
En nuestros días se ha instaurado la creencia de que, por disponer de computadoras, satélites y tal vez un poco de conocimiento y tecnología, podemos llegar a reconducir situaciones adversas de forma favorable a nuestros intereses. Pero un rápido vistazo a la prensa -por el hoy- y a la historia -por el ayer- nos disuadirán de creer en ello.
Lo cierto es que nunca podremos evitar los peligros, ni siquiera los que provocamos las personas, porque siempre hay demasiados factores en juego a la vez, y también porque somos débiles. No podemos hacer nada ante las catástrofes naturales, los conflictos humanos se suceden porque todavía existen los intereses que los alientan. Y los mismos ‘pecados’ que nos hicieron fracasar en el ayer vuelven una y otra vez: la avaricia, el egoísmo, el desdén, la soberbia… cavan nuestras tumbas.
De hecho, a Sumeria también le llegó su fatídico día y sucumbió como civilización sin que aún sepamos porqué. Los expertos creen que sufrieron una sequía de 200 años. Hoy, con todos nuestros medios y exceso de petulancia, tampoco podríamos pasar tanta sed.