Turismo depredador

Cuando hablo con alguien sobre el alquiler vacacional en edificios plurifamiliares, e incluso en viviendas independientes, y todo el proceso de gentrificación que está teniendo lugar ahora siempre me topo con un argumento que, de hecho, cada vez me da más rabia. Se trata de esa mandanga del pobrecito hipotecado que no le queda más remedio que alquilar su vivienda porque si no, no podrá seguir pagando al banco.

Tengo que decir que al principio y durante bastante tiempo yo era tan comprensivo con esa circunstancia como pueda serlo cualquiera, hasta que me di cuenta de un par de cosas que ahora paso a exponer. Para empezar, quienes se hipotecaron en tiempos de la burbuja inmobiliaria contribuyeron de manera definitiva a crearla e hincharla; yo también pude hacerlo y no lo hice porque era consciente de mis ingresos y de mi poder adquisitivo real. Y hasta tuve presiones por parte de mi familia y entorno: “es ahora o nunca, si no, nunca tendrás nada propio”, me decían.

También he observado que, con tal de salvarse, a toda esa gente no le importa nada que quienes no metimos la pata hipotecándonos por encima de nuestras posibilidades estemos ahora en riesgo constante de perder nuestra casa, honestamente alquilada y no comprada, a causa de toda esa gran operación inmobiliario-turística que está teniendo lugar y que no se circunscribe sólo al alquiler vacacional, puesto que hay un montón de fondos de inversión buitres liándola parda en Mallorca.

Toda esa gente que quiere tener una justificación para ‘alquilar’ su casa a turistas, y que dice que supone una ‘alternativa’ a los hoteleros, está obviando que, en realidad, nada de todo esto tiene que ver con alquilar, sino con ofrecer hospedaje, lo cual es bien distinto. A los turistas se les está dando a elegir entre la oferta convencional y ésta, los vecinos no tienen elección, deben aceptar la imposición sin alternativas, o bien largarse. ¡Están siendo deportados a la fuerza!

Y, respecto a lo de erigirse en una alternativa a los hoteles, si se están refiriendo a los hoteles vacacionales -como creo-, pues, ahí están todos estos otros establecimientos: pensiones, albergues, hostales, hoteles urbanos, agroturismos, campings y, ¡al loro!, apartamentos turísticos, ¡que ya existían y están reglados por el Govern desde hace muchos años!

Jugar a ganar

Por eso, todos esos argumentos pedestres y de cuñao suenan a profunda hipocresía, porque al final, esa ‘alternativa’ a los hoteleros no es otra cosa que convertirse en hotelero. Y, no parece una buena idea combatir al que se considera el enemigo convirtiéndose en él. ¿No se supone que deberías tener un poco de superioridad moral? Pues no la tienes, así no.

Al parecer, son de esa gente ventajista que sólo juega cuando gana, sin arriesgar nada. Pero, si estuvieran sujetos a la misma carga fiscal, tuviesen que cumplir las mismas normativas y recibir las mismas inspecciones que la oferta turística convencional, no se salvaría ni uno. Como todo lo que entra es limpio, es fácil competir con los hoteleros, pero no es nada solidario en términos sociales.

La actividad turística masiva es nociva de varias maneras, una es causando molestias y jodiendo la vida a vecinos de barriadas que no eran turísticas hasta ahora ni deberían serlo jamás, pero también está la saturación en los aeropuertos, el transporte urbano, las carreteras, ¿os va sonando?

Y, además, está el repunte en el consumo eléctrico (que la semana pasada alcanzó durante dos días consecutivos su récord absoluto en la isla), el de agua, que siempre van justos. Y, cómo no, el de basuras y otros residuos. ¿Es que todo eso no importa nada?, ¿y más en un momento en que la oferta ‘alternativa’ empieza a ser más numerosa que la reglada?

Desregular

Por tanto, el alquiler turístico es especulación en el peor sentido de la palabra, los pisos que se alquilan son de facto una explotación hotelera, y muchas veces se ofrece un número excesivo de plazas para la superficie disponible, en lo que podríamos denominar ‘turismo patera’. Y, eso supone un abuso contra la ciudadanía, una amenaza a la convivencia y a la propia existencia de las comunidades vecinales. Se rompe la ordenación turística establecida a lo largo de muchas décadas y se pasa a ofrecer servicios turísticos en cualquier lugar.

Como consecuencia, se encarece o desaparece el alquiler residencial, se encarecen los precios de consumo en los barrios que reciben visitantes, empezando por los supermercados y acabando por los bares. Se contribuye a que desaparezca el comercio tradicional y a que, a cambio, aparezcan toda suerte de propuestas pensadas exclusivamente para los turistas. Y, desde luego, la isla se aleja de ese ideal de ‘turismo de calidad’ que un día -quizá- sabremos lo que es.

Lo que más duele en todo este asunto es que existe un falta absoluta de empatía por parte de los propietarios, intermediarios, políticos y otros perfiles empresariales implicados -por no decir vivillos-, porque tienen mucho dinero o votos a ganar. Y, también, una falta de responsabilidad con las problemáticas que está generando esta actividad lucrativa. Y, en cambio, se está criminalizando a las víctimas de ese abuso. El derecho a la convivencia y el derecho al descanso parecen haber sido abolidos, y de ese modo una sociedad no va a ninguna parte.

Nota: Esto lo escribí el 7 de agosto de 2017 y lo publiqué en redes sociales. No solo no ha cambiado nada sino que ahora está todo mucho peor, y solo se ha visto contenido durante los dos primeros años de la pandemia de COVID-19, a causa de las restricciones.

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