Silencio aparente

Nosotros, los desesperados, los hombrecillos que ya nada tenemos qué ofrecer, habitamos los rincones que nos dejan las almas de los demás, las que nos hieren cuando nos miran a los ojos, las que ríen dichosas ante nuestra insignificancia. Somos oscuros, fáciles de pisar por la fortuna.

Los desesperados tenemos anhelos inconfesables que nutren los informes de los psiquiatras. Ya no llueve dentro de nuestras cabezas y alguien pasó un trapo por nuestros cerebros. Desde que todo es así, creemos que lo que sucede no es importante. Es como si en cada uno hubiera un constante alboroto y un enorme fragor combativo.

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